Capítulo IX

La Posteridad

Los dos monasterios se beneficiaron largo tiempo de la dirección valiente y de la devoción ardiente de la Santa Abadesa porque vivió numerosos años. El cansancio vino con la vejez y sus compañeras se asustaron al verla atosigarse de vez en cuando sobre el sendero que unía al hospital con el Hohenbourg. Llegó el día en el que la debilidad no le permitió salir más de lo alto del monasterio y, considerando casi esqueléticos su rostro y sus manos, las monacales sintieron temor por dejar bien pronto de tener la dicha de verla entre ellas, que era desde hacía mucho tiempo su recurso en todos los problemas. Comprendiendo ella misma que sus días estaban contados, Odila reunió una vez más a sus hermanas en la capilla de San Juan Bautista para confiarles su último mensaje. Les recomendó » Ser humildes y sinceras, dúctiles en todas las cosas y luchar contra el orgullo y egoísmo que les harían desterradas del Reino de los Cielos «.

 

 

Las religiosas, viéndola tan débil, no quisieron dejarla sola jamás, en la última hora, les ordenó ir a la iglesia a cantar los salmos y la comunidad debió obedecer. La Vita nos relata que murió sola en el curso de un éxtasis, pero que las religiosas, desoladas al encontrarla sin vida, obtuvieron de Dios que se reanimara un instante para comunicar y hacer las despedidas. Era la tarde del 13 de Diciembre del año 720.

Fin de una vida terrestre, pero no paró de brillar la Santa ni su obra. Dos hijas de su hermano Adalberto habían tomado los hábitos a su lado: a la muerte de Odila, Eugenia le sucedió a la cabeza del Hohenbourg, mientras que el monasterio de abajo era confiado a su otra sobrina, Gundelinde.

En los albores del cristianismo en Occidente, uno se maravilla al ver surgir, para redimir las faltas o a veces los crímenes de rudos soldados medio paganos que les habían llamado al mundo a estas jóvenes y piadosas vírgenes consagradas al amor de Cristo y a la devoción total. También, la extrañeza de los campesinos de la región, deslumbrados por la vida de renuncias y de generosidad a la vista de su princesa, no tardaron en propagar su renombre tanto como los que vivieron esta travesía.

Pronto comenzó el flujo de peregrinos que en el curso de los siglos no cesaron de llegar ablandando los flancos de la montaña sagrada. » Grandes de este mundo, desheredados de la vida, todos los que sufren y lloran» llegan a recordar a Santa Odila y poner fuerza y reconfortarse en su encuentro con la Santa Abadesa. Carlomagno fue uno de los primeros y de los más prestigiosos de estos peregrinos, seguido por su hijo Luis. Más tarde Ricardo Corazón de León visitó la santa montaña a su vuelta del cautiverio. El monasterio se honró también con la visita del Santo Padre Alsaciano León IX .

Se puede decir que a partir del siglo X, una multitud de gentes de toda condición vinieron a rezar cerca de la tumba de Santa Odila erigida en la capilla de San Juan Bautista. En esta época, el título de Bienhechora le fue dado en un manuscrito conservado en Saint – Gall y el Manuscrito de Berna del siglo IX fija ya su fiesta el 13 de Diciembre, día de su muerte según la Vita.

Las tribulaciones no fueron ahorradas al santo monasterio cuyo destino parecía ser el de perecer como el Fénix devorado por el fuego y de renacer de sus cenizas: cinco veces destruido, fue reconstruido otras cinco veces.

Federico Barbarroja, el emperador cuyo recuerdo es tan popular en Alemania, lo levantó de sus ruinas en el siglo XII y puso a una de sus familiares, mujer de gran valor, al frente de la comunidad.

La abadesa que la sucedió, Herrade de Landsberg, ilustró particularmente los monasterios fundados por Odila. » Activa como viva abeja», fue también una gran benefactora. Gracias a ella las rutas del Hohenbourg fueron jalonadas de conventos que podían acoger a los peregrinos en camino para la tumba de Santa Odila : La Plegaria de San Gorgon fue confiada por ella a los Prémontrés de Etival y a los monjes Agustinos de Marbahch que le ayudaron a reconstruir el cenobio de Truttenhausen.

Mujer de acción, Herrade de Landsberg encontró mientras tanto tiempo para escribir una célebre enciclopedia enriquecida con preciosas miniaturas , L´Hortus Deliciarum desgraciadamente destruido en 1.870 por el incendio de la biblioteca de Estrasburgo. Los peregrinajes y las ceremonias en honor de la Santa conocieron en su tiempo y en el reinado de los Hohenstauffen su apogeo. El fuego, mientras tanto, con la misma intensidad que los peregrinos, se precipitó siempre embistiendo a la montaña consagrada que conoció alrededor las bandas saqueadoras de los Armagnacs, de los Bourguignons y de los Rustaud sublevados.

El 24 de Marzo de 1.546, el incendio que devastó el Hohenbourg fu tan violento que uno de los religiosos Prémontrés que había vuelto al lugar cuarenta y siete días después encontró todavía fuego en las ruinas. Después de esta catástrofe, las monjas abandonaron definitivamente su monasterio y sólo los Prémontrés guardaron la tumba de la santa, y poco a poco reconstruyeron las ruinas.

La fuente de Santa Odila, donde van piadosamente a beber los enfermos mientras que los ciegos mojan aquí sus ojos muertos, no para de manar. En 1.614 el obispo Leopoldo, gran duque de Austria, señaló al Papa que el Hohenbourg era visitado por un número constantemente creciente de gentes piadosas y de pobres enfermos porque era renombrado para curaciones milagrosas. Durante dieciséis años, la tumba de la santa fue abandonada por los Premontrés, que habían debido huir de las bandas suecas en 1.632 . Consagrada en 1.635, la nueva iglesia fue una vez más víctima de un incendio forestal y la iglesia actual data de 1.687 .

Bajo la Revolución Francesa, las reliquias de la santa han sido puestas en lugar seguro por el canónigo Rumpler de Obernai, antes de la destrucción del sarcófago de mármol blanco por algunos jacobinos exaltados. Los huesos guardados en Ottrott fueron nuevamente llevados el 6 de Octubre de 1.800 al canto del Te Deum y en 1.854 tuvo lugar el traslado definitivo. El 13 de Agosto de 1.853, la montaña sagrada que había pasado a las manos de muchos laicos y de algunos religiosos, fue rescatada por suscripción nacional y ofertada al obispo de Estrasburgo por el pueblo alsaciano. Las hermanas de la orden de Tiers de San Francisco de Reinacker, cerca de Marmoutier, fueron encargadas de la acogida de peregrinos y de servir de guías en las naves. Eran secundadas por los hermanos de la orden de Tiers como por las hermanas de la Cruz que les sucedieron en 1.889 . Las hermanas han retomado el rezo del Oficio canonigal cotidiano que ejecutaban las monjas del Hohenbourg. Desde 1.930 son delegados de una parroquia alsaciana quienes aseguran la adoración perpetua.

La Santa Odila, como dicen los alsacianos, recibe anualmente alrededor de 75.000 peregrinos que van a rezar y meditar en este lugar alto de Francia donde sigue su recuerdo. Rápidamente el culto a Santa Odila tomó un carácter internacional desde bien poco de su muerte, se extendía hasta Bohemia y Rusia. La Reforma incluso no impidió la unidad de las almas y de los corazones que honraban a la santa abadesa, porque los protestantes la mostraban como ejemplo a sus diáconos. Poco a poco, a lo largo de los siglos, fue solicitada como protectora de Alsacia. En 1.920 Monseñor Verdier, arzobispo de París, pidió que tomara rango entre los patronos de Francia, cuando se celebró la apoteosis de las fiestas del décimo segundo centenario de su muerte, después del retorno de Alsacia y Lorena a la nación francesa.

 

Numerosas iglesias y capillas están dedicadas a la santa, tanto en Alemania como en Francia. En París incluso, en 1.935, una iglesia de estilo moderno, debida al arquitecto Jacques Barge, está ubicada bajo su patronazgo. Se puede decir que la santa de Alsacia es conocida hasta en las antípodas, puesto que una congregación alemana de Santa Odila, muy floreciente, cuenta con casas hasta en China y en Estados Unidos. Los alsacianos han querido siempre dar a sus hijas el nombre de Odila, la luminosa. Después de las fiestas del peregrinaje nacional de 1.920, se vio una floración de pequeñas Odila. Deseémosle, a todas estas Odilas y Odettes del mundo, inspirarse en el corazón humilde y generoso de su prestigiosa patrona, de su espíritu constructivo y pacífico.

Los alsacionos tienen costumbre de subir a Santa Odila el Sábado Santo para escuchar los toques de campanario de toda la región que tocan la Resurrección.

En esta época del año, la ascensión de la colina bendita constituye un delicioso paseo, a pesar de los esfuerzos exigidos por la dura montaña.

Las viñas en flor y los lúpulos ceden pronto el paso a las sombras y a las altas arboledas de los abetos…

El peregrino se abre paso con alegría sobre el tapiz resbaladizo de las agujas de pino, escalando las rocas cubiertas de helechos y de tallos tiernos de madreselvas … Marca los manojos verdes de los lirios del valle que se abrirán en mayo, las manchas blancas de los freseros en flor … Pronto toda la montaña estará repleta de flores de geranios, tan bellos y numerosos en el Monte de Santa Odila … Por todos los senderos se oyen las voces de los peregrinos que entonan cánticos.

Después de haber rezado delante del umbral de la Santa en esta plaza donde los cristianos de Europa entera se arrodillan, los peregrinos sienten gusto por los fraternales ágapes del refectorio, con la acogida calurosa de las buenas religiosas… después se reencuentran en la terraza descubriendo el magnífico panorama para acechar las voces familiares de los numerosos campanarios: carillón de la abadía de Marmoutier, carillón de Obernai o de San Nabor, todas respondiendo al canto de las veinticinco campanas de la iglesia de Santa Odila…

Siguiendo el recinto pagano por una senda de cabras, los peregrinos van a veces hasta un peñasco de Männelstein para admirar las cimas de las montañas vecinas, las viejas torres desmanteladas, residuos de antiguos castillos, alzándose aún por encima de las gradas de los negros abetos… ¿Piensan que fue en esta roca donde el orgulloso duque de Alsacia había decidido dar muerte a su pequeña ciega?. ¿Qué si hubiera podido ejecutar su siniestro proyecto, el Hohenbourg no sería, como otros fieros castillos, nada más que algunas ruinas derrumbadas y olvidadas?.

Parece que “ el feto lisiado “ ha vencido, que Odila ha menospreciado su título de princesa, acordado tardíamente por su padre, para convertirse en la humilde y eficiente servidora de los pobres, gira siempre alrededor del monte que ha olvidado que fue el nido de un fiero buitre antes de ser este alto lugar de fe y de caridad santificada por las plegarias y los sacrificios de tantas monjas reunidas por la abadesa Odila…

En esta Pascua de Alsacia, la felicidad de la resurrección, cantada por todos el viejo país, entra con esperanza en todos los corazones y nadie desciende sin haber confiado a la Santa su propio destino y el de la pequeña patria tan frecuentemente resquebrajada.