No tengo más remedio que aceptar vivir con su ausencia, mi queridísima Madre Odila. Tampoco he podido dejar de extrañar la falta de su presencia que todos los días reclamo. Ha desaparecido, en la que fue su morada, cualquier vestigio que la recuerde: ni fotos, ni frases, ni cosas… Por lo menos mi recuerdo mantiene vivas todas las conversaciones que tuvimos, los consejos, las anécdotas; un sinfín de situaciones de las que aprendí como se debe ser y como se debe actuar. El día 17 de febrero sería su cumpleaños. Aunque nunca quiso celebrarlo, a modo de travesura, subrepticiamente yo se lo recordaba. Querida Madre empleó su vida llenando de felicidad a todos los que la rodeábamos, a lo mejor es el egoísta reclamo de su presencia lo que confundo yo con la extraña ausencia. Hoy no podré emplear argucias para recordarle, sin decírselo, que es su cumpleaños. El dolor se quiere adueñar de mi corazón. Ese dolor se transforma en dicha al ser un privilegiado que tuvo la dicha de compartir con Usted tanto tiempo. Fue un honor compartir la vida a su lado.