EL ODILIENBERG
(En alemán Monte de Santa Odila)
¿ Quién no conoce el monasterio de los Vosgos a la orilla del Odilienberg, el monte de Santa Odila, tan querido por los alsacianos en recuerdo de su Santa, princesa y monacal?
Antes de emprender la subida en automóvil por los caminos de la ruta alquitranada o a pie por los atajos profundizando los hayales y los abetos, llegamos a quince kilómetros del Monte, en el pueblo de Obernai que fue la cuna de la familia de la Santa. Obernai, otras veces llamada Oberenheim, tiene la calma de una aldea Alsaciana típica, con sus casas de aguilones agudos, sus balcones alegrados con geranios rojos, su campanario cuadrado, sus brocales rebosantes de flores.
Sobre la plaza, en medio de la fuente, se encuentra la estatua de la Santa portando su báculo abacial… . Pero es alrededor de la ciudad, donde se levanta el muro de defensa, sobre un vetusto edificio una placa de mármol atrae la mirada con esta inscripción: «Casa natal de Santa Odila «. Es sorprendente su emplazamiento porque nada recuerda en esta antigua escuela desafectada, la gran ciudad regia que acogía en el siglo VII a la Corte Ducal de Alsacia. Hoy día, en medio de fervientes peregrinos, de turistas curiosos o conmovidos devotos de » Santa Odila «, encontramos los vestigios de la obra de la abadesa venerada por toda Alsacia.
Subiendo hemos tropezado con las huellas del famoso muro pagano, cerco ciclópeo que bordea sobre más de diez kilómetros el Monte de Santa Odila y los dos picos adyacentes, porque estamos en uno de esos lugares altos elegidos por los hombres desde fechas inmemorables para refugiarse o rezar.
El monasterio actual, construido en piedra de asperón de los Vosgos, corona el antiguo promontorio y sus construcciones contienen un gran patio a la sombra de los tilos. Un altar a pleno aire sustituye a un templo antiguo, pues la iglesia del convento no data más que de 1.687.
Las más viejas piedras, especialmente un pilar esculpido, se encuentran en la Capilla de la Cruz y se remontan al siglo XI. Los incendios producidos por las guerras han destruido, a lo largo de los siglos, claustros y templos. No obstante, el sarcófago de la Capilla de la Cruz albergaba los restos de los parientes de Odila: el bravo duque Aldarico y la dulce Bereswinda.
Referente a las reliquias de la fundadora del convento, después de muchas peripecias fueron emplazados en 1.854 en el relicario donde permanecen todavía, y aquí los fervientes de la Santa son dichosos al poder contemplarla, con su dulce rostro rosa, su velo, su manto violeta forrado de armiño y su báculo abacial. Una vez atravesado el pequeño jardín de la abadía, se sale a la famosa terraza descubriendo un magnífico panorama.
La rica llanura de Alsacia se extiende al pie de la Santa Montaña desde Estrasburgo hasta Bâle. Apoyado sobre el muro, se pueden contar, en el verde o amarillo de las casas, los puntos rojos de veinte ciudades y trescientos pueblos. En el horizonte, bajo ligeras nubes, se divisan las alturas de la Selva Negra que dominan la orilla de plata del Rhin, y señalado como por un dedo de amatista, la aguja malva de la Catedral de Estrasburgo, obra maestra del arte gótico. Sobre las pendientes próximas descienden los negros abetales y los hayales del Monte de Santa Odila, mordidos en la base por el verde pálido de los primeros cercados y viñedos.
A través de los salientes de la bruma, el perfume de la abundante flora de la montaña asciende, como si de un gigantesco ascensor se tratara, hacia el relicario donde reposa la que fue el origen de este monasterio. Su estatua de abadesa erigida sobre la alta torre del convento parece todavía vigilar el bello país, mientras que las colinas, ondulando alrededor, no contienen más que fortalezas-castillo en ruinas.
Cierto es que la Santa honrada por toda Alsacia hasta el punto de ser el símbolo mismo de este pueblo orgulloso, enérgico, dispuesto a todo renacimiento, que está » sin papeles ante crítica » como ha escrito uno de sus biógrafos, pues nadie como la Abadesa, fundadora del primer convento de Hohenbourg, ha triunfado.
Desde el año 783 los viejos manuscritos de los tiempos hicieron mención del monasterio de Hohenbourg, como se llamaba entonces al Monte de Santa Odila.
En el siglo X se manifiesta el primer biógrafo de la Santa escribiendo » Vita Santa Odiliae «. Esta obra refiere una tradición oral seria que persistió a lo largo de seis generaciones y no cesa de precisar: » no cuento más que lo que he oído decir. No escucho nada de lo que me ha sido narrado sin certeza.»
Después de este tiempo, los autores de las » Vidas de Santa Odila «, han tomado esta fuente cuya autenticidad se admite reforzada recientemente por verdaderos historiadores, que han estudiado numerosos pergaminos de la época que confirman en cierta forma los decires del primer biógrafo de la Santa.
El manuscrito de Berna del Siglo IX fija ya su fiesta el trece de Diciembre y poco tiempo antes de que fuera escrita la » Vita » el nombre de Odila es mencionado en una letanía de San Emmeran de Ratisbone.
No es sorprendente que en pleno periodo Merovingio la vida de la Santa Abadesa no haya encontrado biógrafo contemporáneo y aún más extraño es que pergaminos testimoniales hayan desaparecido en varios incendios o pillajes que asolaron el monasterio a lo largo de los siglos. ¿ Pero no es conmovedor pensar que la Abadesa de Hohenbourg haya dejado, para su santidad y sus benefactores, rasgos tan marcados en los corazones de los campesinos de los alrededores que ellos solos hayan transmitido su maravilloso recuerdo a sus hijos, de generación en generación, hasta que la hermosa historia fue recopilada y transcrita al pergamino por el autor de la » Vita?” .
Poesías y canciones han girado en torno de la imagen de la Pequeña Princesa de Alsacia con aureola de leyenda.
Ciertos documentos, traídos de aquí o de allá, deben aventajar a la imaginación y al gusto por lo maravilloso que hay en el rigor histórico. Al menos estos adornos no traicionan lo que nos inspiró: no hacen más que subrayar los hechos más notables de su vida y sus cualidades de mujer de corazón predispuesto a la santificación.
Si la voz popular la ha sacado de la sombra de los siglos, es porque en los primeros años del cristianismo, ella sorprendió y edificó, apareciendo como el símbolo de las virtudes cristianas de humildad, de paciencia y de amor, triunfando de la barbarie representada por el orgullo y la rudeza de su padre, el bravo duque franco.