Capítulo V

LA DRAMATICA VUELTA AL HOHEMBOURG

 

Algún tiempo más tarde, el carro que llevaba a la joven rubia vestida con su traje brillante de un suave brillo lunar, ascendió el rudo camino culminando el Hohenbourg.

Numerosos campesinos rodeaban el coche, animando con voces a los pesados bueyes con los cuernos de oro y aclamando a su princesa.

Los enviados del joven duque no cesaban de cantar los hechos maravillosos atribuidos a Odila en los pueblos que rodeaban al monasterio:

“Después de haber recobrado la vista por medio del agua bautismal los pozos del convento daban en abundancia una onda curando los males de los ojos… Con una sola plegaria de Odila las vasijas de la misa que la religiosa sacristana había olvidado llenar, se habían colmado de vino y agua… Un tilo plantado por la mano de un ángel había extendido bruscamente su ramaje encima de la joven un día que atravesaba una llanura desértica bajo un sol abrasador.»

El ardiente amor de Odila por Dios y su proximidad, su caridad incansable, junto a sus hermanas como junto a los pobres de alrededor eran sin duda la base de estas historias increíbles contadas de pueblo en pueblo adornadas por la imaginación del pueblo. . .

Pero escuchándoles, los campesinos de Oberehnheim y de la región redoblaban el entusiasmo cuando conducían a la princesa hacia su duque. . .

Apercibiendo el rumor del convoy, Hugon, con el corazón acelerado saltó sobre la terraza.

Apoyado en las almenas, el duque Aldarico observaba el cortejo con ojos altivos No podía distinguir todavía la bandera ducal, y como no esperaba huéspedes, echó a su hijo una mirada interrogadora.

El joven duque intentó explicarse y, flexionando la rodilla comenzó:

– Perdonadme, ¡padre! . He desobedecido vuestras ordenes y he dicho a mi hermana Odila que podía presentarse delante de vos con toda seguridad… Me he dicho que viéndola tan bella y tan buena…

Delante del rostro de su padre azotado por la furia, el pobre muchacho no podía más que balbucear y comprendía al instante hasta que punto había herido su orgullo desafiando la autoridad paterna…

Desagraciadamente, llevado por su ira, el duque dio a Hugon un bastonazo tan violento que el joven cayó sin sentido.

Hugon no debió recuperarse de su herida y el orgulloso señor feudal creyó volverse loco cuando comprendió que nada podría curar a su hijo preferido y que sólo él era responsable de su muerte.

La desesperación le recluyó ferozmente en su habitación durante días tan largos como meses…

Noche y día, se escuchaban sus pasos de fiera enjaulada al martillear las losas de la estancia de la que no salía, tocando apenas los manjares que se le servían.

Es preciso creer que el remordimiento comenzó a obrar porque esta tragedia fue el último acto de violencia del duque de Alsacia.

 

 

Sin embargo, no se decidió a recibir a Odila como hija. La Vita nos cuenta como el padre desesperado puso a Odila en aislamiento. Ella vivió bien en Hohenbourg pero no con la familia ducal. Su padre la había confiado a los cuidados de una monja británica y le asignó para su subsistencia lo que hubiera dado a una sirvienta.

De lo poco que poseía, Odila apartaba una parte para los pobres y descendía del Hohenbourg únicamente para hacer obras de caridad o para dirigirse a casa de su nodriza en Scherwiller. Allí encontró la calurosa acogida que su corazón necesitaba, con el fin de cuidar a la pobre mujer, ahora anciana y enferma.

Un día, cuenta el cronista, el duque se tropezó con su hija que llevaba bajo su capa un pesado recipiente lleno de harina. Bruscamente sorprendido por el parecido de Odila con su madre, el duque se para y se informa en tono suave:

– ¿Dónde vas pues, hija?.¿Qué llevas tan pesado?

Sin atreverse a aproximarse, Odila respondió tímidamente:

– Señor, voy a hacer panqueques para alimentar a los pobres villanos que tienen hambre.

Ella intentó seguir su camino pero su padre volvió a llamarla.

Es posible que durante estos meses en los que tuvo a su hija aislada, el duque estuviera sorprendido por su comportamiento lleno de dignidad y de abnegación. Aún en este instante, no soñaba con aprovecharse del azar de este encuentro para defender su causa y encontrar el puesto al que tenía derecho por nacimiento. Carecía de orgullo y no sufría por la simplicidad de su vida; por el contrario el ostracismo del duque apartándola de los suyos le entristece el corazón.

El padre contempla largamente los ojos claros de su hija y su rostro enrojecido por la timidez. Es la primera vez que Odila ve tan cerca al bravo duque de Alsacia y se estremece de miedo.

 

Mientras, divisa un cálido resplandor de afecto en la imperiosa mirada y se extraña cuando su padre la coge de la mano para llevarla con los suyos diciéndole dulcemente:

– Has vivido hasta aquí en la pobreza sin quejarte. Jamás te faltará de nada…

La joven entrada en gracia estuvo feliz sobre todo al poder vivir al fin en familia, con su madre y su hermanita Roswinda.

Su vuelta estuvo ensombrecida por la muerte de su hermano Hugon que ella creía sin duda accidental, pero le era agradable poder al fin arrojar sus lágrimas con los suyos.

El tiempo, sin embargo, cumplió su obra de apaciguamiento y el duque quiso presentar a su hija recuperada a sus pares. Y, si se cree a un antiguo cronista, “ Odila se convirtió en el ornamento de la corte tan bien como que había sido la humilde flor de la soledad”.